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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



SHAKESPEARE, WILLIAM - FLETCHER, JOHN - CHAUCER, GEOFFREY - CUENTO DE HADAS - ANTICLÍMAX - TESEIDA - LOS CUENTOS DE CANTERBURY - DOS NOBLES DE LA MISMA SANGRE - EL CUENTO DEL CABALLERO - SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO - AMOR CORTÉS - DRAMA - NAUFRAGIO - TRAGICOMEDIA -

Dos nobles de la misma sangre, de Shakespeare & Fletcher, versión Hamed*

Amir Hamed
La tradición literaria anglosajona, ha hecho del autógrafo shakesperiano algo cimero y excluyente, y suele entendérselo el astro que presta su luz a un mortecino sistema de escribas isabelinos, en primer lugar, y a cualquiera que, hasta nuestros días, haya incurrido en literatura y en lengua inglesa


A pesar de que en algún caso no comparecen las dos firmas, y que en otro no se ha encontrado copia del texto, se entiende que William Shakespeare y John Fletcher colaboraron en tres obras: Enrique VIII, un volatilizado Cardenio -inspirado en Don Quijote- y la presente Dos nobles de la misma sangre, originalmente registrada en abril de 1634 por su impresor y catalogada en su primera página como "a tragicomedy called the two noble kinsmen by Jo: ffletcher & Wm. Shakespeare".

La presentación de Enrique VIII incendió The Globe, el teatro que regularmente presentaba las obras de Shakespeare; la primera representación de The Two Noble Kinsmen se habría dado en 1613 o a inicios de 1614, lo que sitúa su estreno en el Blackfriars, otro de los teatros de los King's Men, la compañía para la cual, entre otros, escribían Shakespeare y Fletcher. Si bien en lo inmediato y en las décadas subsiguientes a esa fecha se pueden registrar alusiones, versiones y parodias de esta obra (la última en la que Shakespeare ejercitara su pluma), transcurrida su popularidad inicial, The Two Noble Kinsmen debió esperar hasta el siglo XX para ser representada. En Londres, en 1928, en el Old Vic, reapareció en las tablas, en una producción que enfatizaba sus rasgos de cuento de hadas y el homenaje a la fuente de donde abrevaron directamente sus autores: Chaucer. De ahí en más, fundamentalmente en las dos décadas finales del siglo y en inglés, conoció diversas versiones teatrales.

Por una parte, y sin duda, ese paréntesis de siglos obedece al litigio crítico sobre la autoría. No obstante contar con su firma incandescente en el registro, a Shakespeare se le negó por siglos propiedad intelectual sobre The Two Noble Kinsmen porque no había sido incluida en ninguna de las ediciones in folio de sus obras y, por contrapartida, fue regularmente publicada, desde el siglo XVII, en volúmenes que recogían la obra de Fletcher y Francis Beaumont, coautores de una cincuentena de dramas. Pero cabría sospechar otro motivo ligeramente menos filológico para esta denegación: la tradición literaria anglosajona, ha hecho del autógrafo shakesperiano algo cimero y excluyente, y suele entendérselo el astro que presta su luz a un mortecino sistema de escribas isabelinos, en primer lugar, y a cualquiera que, hasta nuestros días, haya incurrido en literatura y en lengua inglesa.

Sin embargo, debería considerarse su aptitud para colaborar con otros -y específicamente la presente obra- como una manifestación no menor de su genio, ya que, no obstante las diferencias de estilo y alguna inconsistencia menor, maridado con Fletcher concibió una pieza homogénea y notable no sólo por su suspenso -recién en el último parlamento se resuelve la peripecia principal- sino también por lo anticlimática y desasosegante.

En efecto, The Two Noble Kinsmen, una obra bizarra para la época en que se gestó, hace sistema del fiasco y decapita toda ritualización celebratoria. Este sistema es, probablemente, otra de las razones por las que cayera en el olvido y que recién hace poco comenzara a ser calibrada en su real dimensión. No es difícil conjeturar que fue imprescindible que Samuel Beckett y Harold Pinter (también Heidegger) hicieran del fiasco ritual el emblema de lo dramático para que el siglo vigésimo pudiera comenzar a leer esta pieza. Más aún, parecería impostergable un mínimo de freudización para sospechar cuánto esta obra, aparentemente alentada por los ideales del amor cortés, deshincha ese amor que heredamos del medioevo.

En su modo irónico, The Two Noble Kinsmen, cuya trama y escenificación fueron activados por la fuerza dionisíaca de la tragedia griega y el erotismo sublimado del romance, parece una secuencia de coitos interruptos: los que se ven o se quieren muertos renacen antes de haber fallecido; los novios, que esperan dar rienda suelta a su piafante apetito sexual ni bien se consume el desposorio, ven decapitada la boda; por contraposición, una que quiere permanecer casta se ve forzada a entregar el himen, y aquella que quisiera desentenderse de la castidad y enloquece después de haber sido rechazada encuentra terapéutica la cama del pretendiente descartado, que se le presenta travestido. Toda alegría y comunión finales - de la que participaba la tragicomedia teorizada por Giambattista Guarini en 1602 - quedan frustradas; el duelo y la celebración de cierre son obscenos
(off staged).

Este ensañamiento de la ironía y su meticuloso desmontaje de tradiciones acaso pueda haber sido provocado por el prestigio de las fuentes, que por caminos ligeramente laberínticos van a incrustarse al corazón de la tragedia griega. Se trata de la épica de Tebas y las reformulaciones que fue padeciendo hasta llegar al drama isabelino. En primer lugar, la saga de Eteocles y Polinices, los hijos fratricidas de Edipo y Yocasta, que combatieron por la posesión del reino y cuyos cadáveres dejara insepultos Creón, su tío. Esquilo, Sófocles y Eurípides, los notables de la tragedia griega, realizaron versiones del mito, si bien fue La Tebaida, la épica del latino Estacio (que desarrolla la enemistad entre los descendientes de Edipo y, tras su lucha inicial, la amistad entre los exiliados Polinices y Tideo) la obra que habría de derivar, a través de Boccaccio, en los personajes de Palamón y Arcites, los dos nobles de la misma sangre.

Probablemente a finales de la década de 1340 fue que Boccaccio, imitando puntualmente a Estacio, compusiera su Teseida e hiciera reconocer a sus protagonistas Palemone y Arcita (ahora, ya imbuidos de amor cortés e ideales caballerescos medievales, compitiendo, en vez de por una ciudad, por una mujer) que están reviviendo la historia de los hijos de Edipo. Posteriormente, Chaucer conoció la Teseida y reactivó la historia en su "Cuento del Caballero" (The Knight's Tale), que suele abrir las ediciones de Los cuentos de Canterbury, que es la fuente que reconocen, en el prólogo, los autores de The Two Noble Kinsmen.

Si se observa el itinerario, la historia, en sus mutaciones, pasó de la tragedia ateniense a la épica latina para, progresivamente, llegar al romance de lengua vulgar. En su versión, Shakespeare y Fletcher revierten el movimiento hacia el drama (si bien en esto no fueron los primeros, ya que existieron dos versiones inglesas en el siglo XVI, ambas perdidas), reincorporando el núcleo duro del mito griego en la escena inaugural, con el motivo de los cadáveres insepultos. La obra queda entonces en tensión entre lo sacro y trágico del drama griego y la comedia romanceada que heredan del medioevo. Otro factor vuelve más advertible esta tirantez: a pesar de que Guarini afirmaba que la tragicomedia -econciliatoria al fin, extrayendo felicidad del inminente desastre- era el género cristiano por excelencia, es The Two Noble Kinsmen la obra del corpus shakesperiano, según se ha estudiado, con menos referencias bíblicas.

Si en El cuento del caballero, Júpiter era ese Dios por encima de todos los dioses, que comprendía en su designio tanto a héroes griegos como bíblicos y actuaba providencial, la dimensión oracular de la primera escena del acto final recupera la función mistérica de la Esfinge de Tebas, cuyo enigma, aquí, sólo será resuelto por Teseo en las últimas líneas: si bien los oráculos y profecías son frecuentes en la tragicomedia, en este género suelen ser condicionales. Por el contrario, en Dos nobles de la misma sangre los augurios son netamente trágicos: inflexibles y aparentemente contradictorios, encuentran final conciliación a través de la ironía.

Por otra parte, es fácil advertir cómo el bosque nocturno y romancesco de Sueño de una noche de verano se transforma, aquí, en una versión del laberinto, y cómo La Hija del Carcelero, extraviada y sin el hombre por el que traicionó a su padre, repite a Ariadna: si la hija de Minos -en la versión de las Metamorfosis de Ovidio- ve perderse en el horizonte la nave de Teseo y queda sola y náufraga hasta ser rescatada por Dionisos, la Hija del Carcelero divisa en pleno bosque un barco que naufraga, bailará como una ménade y será rescatada por su propia urgencia sexual.

El naufragio, precisamente, es uno de los motivos fundamentales de este drama. Desde el prólogo, los autores admiten estar a punto de hundirse (Arcites, ya en II.2, lo reitera); son aguas de hondón, corrientes encontradas que generan torbellino. Como los dos primos chocan por un mismo objeto de deseo, son dos tradiciones las que coliden, y un dédalo de temas y motivos extraídos de fuentes heterogéneas. También dos autores (hoy se atribuye a Shakespeare I; II.1; III.1-2; IV.3; V, 1, 3-4, en tanto a Fletcher se le adjudica II.3-6; III.3-6; IV.1-2;V.2); incluso sería preciso agregar un tercero, Beaumont, de quien se tomó la danza del morris de III.5, (era la contrafarsa de su Masque of the Inner Temple and Grays Inn, rebosante de dioses griegos).

En ese vórtice, también, queda el traductor. El pujo de referentes heterogéneos, los pulsos discrepantes que van asumiendo las escenas, la alternancia de devoción y salacidad, de humor y terror sacro, a veces en un mismo verso, dificultan la elección de metro y estilos. Aquí se ha optado por retener en algo la dificultad original del texto (pleno, sobre todo en las partes que se le asignan a Shakespeare, de hiperbatones y encabalgamientos jaqueantes, salpicado por razonamientos a veces abstrusos, otras redundantes), pero vertiéndolo más linealmente. En este sentido, se ha tratado de no perder del todo esa neblina verbal, esa sobreabundancia con que Shakespeare envolvía a su audiencia.

Para escanciar el pentámetro utilizado por los autores, la opción fue el verso blanco, con predominancia de endecasílabos. En caso de haber intentado reeditar, por ejemplo, el popular octosílabo al que apelaron los dramaturgos españoles del barroco, se corría serio riesgo perder la dimensión trágica y épica; por este motivo, la intención fue mantener la traducción en un verso mayor. Sin embargo, en caso de haber incurrido en el alejandrino como sistema -la prescripción para la épica del castellano renacentista- se hubiera solemnizado en exceso una obra que insiste en su autoirrisión y, por momentos, encumbra lo grotesco y lo bufo.

Como se ha visto, la versión al castellano de esta obra no es más que una instancia ínfima dentro un vasto y macarrónico itinerario de traducciones. Desandando y reponiendo una historia que ocupó a tantos, se siente el traductor una perdiz picoteando zancadas de gigantes. Es honor o desmesura que debo agradecer al editor.


*Parte de este texto es introducción a Dos nobles de la misma sangre, de la colección Shakespeare por escritores, realizada por Editorial Norma (The Two Noble Kinsmen, trad. Amir Hamed)

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